D.G. Falls

  He desglosado el misterio de las dulces figuras escondidas, Un halo azul cruzó la puerta y el botón se deslizó. Tu suspiro me acarició la oreja, La mano imprudente se desbordó por la piel. Un sonido lascivo me colmó los sentidos y la hidra se liberó. La doncella inocente abandonó el castillo y el príncipe acogió a la mujer. El vientre cuna de la humanidad se abrió, Como la cueva húmeda del bosque y Cernunnos los bendijo. El milagro de la carne se sumió en la penumbra, Al lado del halo celeste donde el botón abierto se desparramó sobre las blancas cubiertas de la cama. La mirada de la niña se impregnó sobre el rostro de la mujer, y el príncipe maravillado se cubrió con aquella belleza. Porque he desglosado el misterio de las dulces figuras, mujer. También he cubierto el rayo que no nos permite sumirnos en el sueño, El cielo azul se me antoja desagradable cuando las estrellas de tus ojos me miran con deseo, Y el revuelo de tus pestañas me seduce a que las palpe. Ya no puedo control...

  Nunca he querido fama. Me parece tan ínfimo el reconocimiento, he soñado despierto con contribuir al desarrollo del pensamiento, A que mi nombre no se pierda en el olvido, Pero no a la fama. No deseo que la gente hable de mí por mi estilo, más bien deseo que lo hagan por mi mente, Y por los caminos donde desembocaron mis neuronas. Siempre he tenido alas negras, ni siquiera los dioses han querido volar conmigo, Pero no sufro por eso. Sufro por la capacidad perdida de mejorar al mundo, por los paisajes que sólo habitarán en estas letras que nadie lee. Siempre he tenido alas negras, plumas que se pierden en el negror de la noche del desvelo de la insensatez. Pero aún así me elevo, y surco un cielo solo. Porque el azul me ha abandonado. Perdón, no me ha abandonado, más bien, nunca me abrió sus puertas. De nada vale lo póstumo, y los misterios sin resolver. Los muertos no hablan desde la tumba, y las bocas silentes jamás susurran. Cuando el frío llegue y los labios se hallan sellado, ...

  Sí supieras tú, que no he entregado cada línea, pensamiento y pasión,  En mis benditos escritos. Soy, mi dulce lector, un ser insaciable, Alguien con un espíritu torrencial que juzga, perdona y entrega, Y después de allí, tal vez entonces, cree algo más. Sí, mi querido confidente. También he llorado, reído y soñado, y también me he desanimado. Soy tan mortal como tú, pero también una rareza,  Un cuento de las interminables páginas de la red. Porque recito poesía, histeria, blasfemias y salmos. Canto en silencio con letras orquestales sin ni siquiera un saxofón de fondo, Pero resuena, y recrea eco en los interminables pilares del mundo, Como un coro de ángeles mudos que altera las vibraciones. Continuaré pues; ultrajando doncellas, desarrollando príncipes y anhelando la razón, Y con cada hoja que se llene y exhale más pasión en versos inextensibles Cubiertos de fervor inocente, de pasión elocuente y malicia coherente, Descargaré sus tensiones sobre los orgasmos visuales ...